Por Fraçois Dagognet
Filósofo Francés

Tomado del Libro
Ochenta palabras para comenzar a filosofar
editorial Piedra Rosetta, 2024


Publicamos la palabra Falta del libro Ochenta palabras para comenzar a filosofar, editorial Piedra Rosetta, 2024, Medellín. Para nadie es ajena la palabra Falta, de seguro alguna vez la hemos cometido, el errar es cosa de humanos, bien se lo sabe. También sabemos que anexo a la falta está reparar el daño cometido, esto es, hacer justicia, si ello no se diera caeríamos en una patria sin ley y sin orden, se prevé entonces de cuidar lo que puede perturbar el bienestar social, en aprender a convivir para la mejor convivencia posible en una Nación. Anexo al errar humano, se precisa de borrar el mal, para ello la justicia aplica y tasa las penas, pues en el encierro, en la cárcel perpetua como la pena de muerte aterrorizan, espantan y de seguro engrosará las filas de los malhechores. Sobreviene el perdón y el sincero arrepentimiento, sin ellos y sin la aplicación de la justicia caeríamos en el caos. Finalmente viene la Felix Culpa. El individuo renovado cuidará de no reincidir, en evitar el mal. Es la Redención. Colombiakrítica.


La palabra falta toma su lugar en el vocabulario de la moral, disciplina mayor; el jurista, también interesado por este término (el incumplimiento de la regla que le produce un daño a otro individuo), lo llama entonces un delito. Beccaria debía por lo demás fijar la escala, desde el menor hasta el más grave, con el fin de adaptar a esta infracción la pena correspondiente y graduada; se busca así la separación.


La gravedad de la falta depende sobre todo de la intención con la cual ha sido cometida: si es voluntaria sólo entraña la obligación de reparación del daño (tanto material como psicológico; se apreciará también el precio del dolor en caso de herida). Si la acción criminal ha sido deliberada, un mal que se añade a otro y lo lleva al segundo grado; además del primero hay que contar con el psiquismo viciado; el castigo deberá golpear al culpable que tendrá, además de la pena, que reparar los daños infligidos a la víctima. La sanción consiste en principio en una privación de la libertad.


Si la falta escapa al derecho penal, en razón de su levedad y porque no perturba el orden público, el castigo solamente inferior que se produce se llama el remordimiento, la tristeza con posteridad a esta acción que, por su malignidad, aisla al culpable y le priva sin duda de la vida amistosa y comunicacional.


Pero ya se trate de la privación de la libertad (que puede llegar hasta el apresamiento), o más simplemente de la expiación de la ‹mala conciencia› que se acusa, en los dos casos, el culpable se dedica a borrar el mal de la falta, pero, según nosotros, no lo logra verdaderamente: el mal sigue siendo el mal. Se trata de anularlo pero él subsiste. Y por lo demás ¿cómo esperar ‹reparar›, por ejemplo, la parte herida del cuerpo? En principio añadimos al primer mal otro mal que es preciso soportar.


Por esto apreciamos esa institución notable de la sociedad contemporánea que es la creación de magistrados encargados de la aplicación de la pena. En efecto, éstos pueden evaluar la posible reinserción social del malhechor, y en función del cambio, podrán incluso disminuir la duración de la pena que ha perdido su sentido, o incluso suspenderla. Sabemos también que el encierro prolongado corre el riesgo de pervertir a los que sufren el aprisionamiento, razón de más para acelerar el final de la sanción, si el prisionero lo merece. Así mismo, la conciencia desgraciada, a través de sus propios reproches y pesares, ha sufrido suficiente; debe reencontrar la paz interior.


La experiencia de la falta y de la reparación, ha movilizado la consciencia y la obligará, o debería obligarla, a respetar mejor la ley que ha transgredido. Félix Culpa. La falta puede ser vista positivamente; a través de ella el sujeto se renueva y toma consciencia de lo que debe evitar. En estas condiciones la pena de muerte se vuelve contradictoria, incluso bárbara; suprime la posibilidad de la redención (el rescate). Además, lejos de intimidar o de aterrorizar a los futuros delincuentes, no hace sino crecer su número. ¡No creemos en su pretendido valor preventivo!


No existe nada peor que encerrarse o estar encerrado, en el universo mórbido de la falta, de mortificarse y de no creer en la posibilidad de un regreso a la serenidad. Incluso ¡Qué hay más precioso que una felicidad que se ha perdido pero que se reencuentra!

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